UNA TENSA CALMA Y UNA FALSA PAZ

Miedo, Manos oscuras y Control armado de una Ciudad inacabada.
Dos décadas de consumo, control y guerra en la zona nor-occidental.



Queremos escribir de la guerra que se padece en la ciudad -específicamente en la comuna 5 y 6 de Medellín1-, de esos fenómenos de violencia directa e indirecta que padecemos en los barrios, en las calles, en las cuadras; pues aunque escribir no vaya a parar nada y quizás no va a cambiar nada, es necesario que hagamos lentamente y desde nuestra mirada una memoria de nuestra realidad, de una ciudad inacabada llena de barrios populares en guerra, de sus códigos y formas de militarizar la vida, las cuales van más allá de una masa de ciudadanos-vigilantes ciegos, formados y homogeneizados en un ejército de “propaganda” y de la voz de los medios de comunicación masivos, llegando a ser una forma funcional de la violencia estructural, dado que la pobreza es el mejor mecanismo de ataque del modelo neoliberal al tratar de reducir a los del tercer mundo al ideal de unos subordinados, medio salvajes que se matan y asesinan entre sí a beneficio de otros, que viven y duermen a costa de la economía de la guerra.


Cuando la mayoría de los jóvenes, hombres y mujeres que hacemos parte de la Red Juvenil de Medellín estábamos pequeños, eran cotidianas las balaceras, las muertes y las confrontaciones entre grupos de jóvenes que se peleaban por el control territorial y de las drogas en las zonas o comunas populares del valle del Aburra. Así que cuando jugábamos en la calle a la “chucha”, el “yeimi” o el micro fútbol estábamos alertas para correr aún más rápido, para esconderse, para hacerse invisible ante los ojos y las armas que se están disparando; otras veces desde la ventana veíamos la calle sola, tocándonos imaginar fantasmas ante la ausencia de almas que danzarán con alegría; y, muchas veces sentíamos los ambientes y climas que en el aire se transportan, que dicen que los amigos y amigas, las personas cercanas de uno puede estar muertos.

Como niños crecimos en medio de las constantes entradas de la calle por el miedo de nuestros padres; la zozobra y un ambiente en el que se respiraba sangre caliente, que olía a muertes y jóvenes entremetidos en guerras por ser alguien, por no haber tenido nada; generaciones enteras de mentes brillantes se fugaban en la ignorancia, en la estigmatización y las armas como única forma de resolver los conflictos, grupos de muchos jóvenes que se nombraban como “bandas”, “pandillas”, “parches” que con drogas, atracos a civiles y robos a fábricas, bancos y casa de ricachones vivían la opulencia de ese sueño americano que nos venden por la televisión de las élites colombianas: ser policía, ser militar para salvar la patria, o ser malo, villano, ladrón, sin avistar u ofrecer otros matices y otras formas entre esos extremos.

Lentamente esos grupos se fueron consolidando, ora fundiendo unos en otros, otros exterminados por la fuerza pública, también aniquilados por ellos mismos, aquí unos aliados con otros y así. El mapa del barrio y sus escrituras de la guerra, con sus “parches” y zonas de tolerancia se había delineado, bajo la dirección de una mano oscura, que en unos tiempos fue llamada la terraza y que después, apareció otra mano oscura, un pez más gordo, uno más grande, pues en estas cosas del conflicto y el marcaje territorial, siempre ésta es un títere de aquél. Desde 1998 en la ciudad se identifico el control en los narcotraficantes y los paramilitares, un escuadrón “pacificador” denominado bajo una palabra que se define como institución o como un sitio de trabajo: la Oficina de Envigado.

Pareciese que todo se ordenaba pasados ya al siglo XXI, pero no de la mejor manera, pudiéndose afirmar que los controles y los toques de queda empezaban a ser el rumor y pan de cada día, a aparecer a la par de ruidos y chismes que dicen que en las zonas altas de la zona nor-occidental los paramilitares están tomando el control, prohibiendo que llegue gente después de las 10 p.m, quitando y violentando a los jóvenes que se ponen aretes, y atacando, marcando con armas corto-punzantes a mujeres que se ponen descaderados.

Se sentía, se siente que el gobierno se le salió, como en todos los gobiernos el orden y la libertad que llevan como lema en su escudo, pues la única manera en que se cumplía era en las propagandas por la paz, mientras por detrás se aumentaba la guerra, se entrenaba y financiaba para-militares.

Esos escuadrones de la muerte pronto se hicieron sentir, ya no eran un rumor o cuadrillas de encapuchados, su objetivo era que las “bandas” o “combos” de los barrios se unieran a trabajar con ellos, o si no, atacados por ellos -pero a través de los “parches” de la misma zona-, ya que en sí el lema es con migo o contra mí; en tanto, en medio de estos jóvenes votando las vidas y sus mentes brillantes: las familias, los niños las calles sin un alma, las manzanas de los barrios vigiladas por personas desalmadas.

Lentamente este panorama empezó a cambiar, los acomodamientos, el reconocimiento de los mandos y los jefes traían una falsa calma, una falsa paz, pues por ahí a la altura de la cintura en Castilla de la comuna 5 y en Kennedy en la comuna 6, como en muchos otros barrios populares de la ciudad, se sabe que todo está pasando, que los que mandan, mandan, así manden mal y que tanta policía y batidas son paños de agua tibia, “visajes” de una fuerza pública que solo hace lo que necesita para los resultados, mientras el resto lo dejan para que lo resuelvan las manos oscuras. Una manos que tienen como estrategia la protección si paga cumplidamente la “vacuna” de $ 1000 que los “muchachos”, puerta a puerta, piden y reciben cada ocho días, la “vacuna” a las tiendas y los transportes, además la seguridad y la limpieza si colabora con otros $1000 pesos para los “escobitas”.

Los “vigilantes” o “pernotadores” y barrenderos son esos jóvenes entre los 14 y los 34 años, o sea; unos ya no tan jóvenes y otros “sardinos” que antaño tenían o hacían parte de sus propios parches y oficinas. Parecía que no habían dejado sus bandas, pero su autonomía dependía de la “luz verde” que otros daban para cualquier práctica, la cual antes la hacían con o sin consentimiento. La distribución de las drogas se había vuelto un monopolio, se reglamentaba y se decía cuales eran los únicos sitios de consumo, a la vez que, los territorios estaban marcados y delimitados para los pertenecientes a esos grupos, aunque “aparentemente” para los pobladores del barrio esos límites habían desaparecido....

Se respiraba esa falsa tranquilidad -pues esas fronteras de las guerras siempre son intranquilas cruzarlas-, esa ausencia de muertes y balaceras, aunque todos sabemos quienes eran los pillos y ahora son los señores, que de guerreros a mercenarios y amos de las zonas y cuadras de los barrios comandaban y direccionaban el comportamiento de las zonas en acuerdos con los jefes de la policía y el ejército. De vez en cuando un muerto, unas personas asesinadas y picadas en trocitos abandonadas al lecho de quebradas pavimentadas; a la par de amenazas de abandonar esa tensa calma, pues si no le pagan a todos los pelados de los “combos” que se desmovilizaron como “paras”, si no se dan las condiciones que pedimos nos vamos a la guerra; alegatos, represión disfrazada de convivencia ciudadana, opresión total aunque no hallan alarmantes registros de muertos; camionetas, paseos de la muerte, desapariciones, fosas comunes, armas, miedo y dinero, en síntesis, se resume en estos dos momentos de la comunas populares a Medellín como una sociedad que a partir del consumo de violencia pregona de su pujanza.

Muchos de nosotros ya no sabríamos que esperar. Sabíamos que los jóvenes seguirían siendo su comidilla, que ellos seguirían en la misma, por hambre, por no tener nada, por dinero; que la desmovilización no cambiaba nada, mucho menos que ahora estamos en un pos-conflicto. Lo único cierto es que cuando sus jefes y mandos fueran delegados, aislados, separados, las cosas volverían a empezar en ese espiral, definición de mandos, relictos de bloques y frentes que no se desmovilizaron, estructuras del narcotráfico, control y consumo de balas, armas, sangre y muerte.....

En ese “descontrol” propuesto por el orden de una ciudad que sólo apuesta por ser militarizada, que a partir de vendettas, conflictos, controles y herencias de oficinas y bandas asumen el poder una vez el “poder” queda sitiado o vacío, es el estado de indistinción y armamentismo que ahora se vive; póngale que en la zona Nor-Occidental, en las comunas 5, 6 y 7 de Medellín, han asesinado en lo corrido del 2009 más de 100 personas, algo que realmente no se reportaba en esos tiempos de tensa calma o de alianza de la alcaldía con los medios para no prender las alarmas, no sin decir que también mataban y habían asesinatos en los años anteriores, lo que pasa es que se creó una cortina de miedo y comunicación que lo auscultaba.2

Ahora bien esos asesinatos, las balaceras y la inseguridad general en que se siente la comunidad del barrio son los argumentos que le dan la razón a la fuerza pública para militarizar desde hace más de 5 años, muchas esquinas y calles del barrio. Pero tantas requisas, represión y policía lo que hacen es poner en riego más a la población, especialmente a los jóvenes del barrio, en un conflicto donde los no armados son la cortina, el escudo, la carne de cañón que no vale nada; la muestra es que todos los días se sienten balaceras, a veces un par de tiros, se “alebrestan” todas esas motos a correr por las calles a toda velocidad en medio del susto y el peligro que sería encontrarse con la confrontación, y nada, no aparecen los que disparan, o era un simple despiste para que en otro lugar cometer un asesinato atroz, cobrar una cuenta que se debía, una culebra que ahora por el estado de las cosas, de los controles, se le puede cobrar la cagada, la torcida o la “sapeada”.

El barrio hoy para los jóvenes no es nada amigable. Hoy más que nunca expulsa a los pocos jóvenes que quieren construirse otras oportunidades y alternativas, y a los que estudian los matan a las salida del colegio3, pues como en los 90's no hay nada para ellos, sólo hay opciones para los jóvenes que van con propiciar el consumo de la sangre derramada y el fuego producido por la pólvora.

Hoy la situación no es fácil, panfletos que dictaminan una hora de entrada, corrillos que dicen que todo esta caliente y que al que vean “pagando” lo pegan, refiriéndose este mensaje despectivo a los habitantes de la calle, específicamente en las horas de la noche; presiones de la policía para que los jóvenes se vayan de los espacios públicos dizque por seguridad -mostrando que están de acuerdo con las amenazas y panfletos, además que saben quienes son los que disparan, los del panfleto pero no harán nada contra ellos-, amenazas de un sábado negro, entre otras, son las estrategias visibles en el transcurso del año, para que las personas abandonen su apropiación con las calles de su barrio.

Sólo fue empezar a asesinar a personas de nuevo, que la gente viviera el suplicio de ver la sangre pintar y dejar marcas en el asfalto, que la gente escuchará las balaceras y se asomara con cuidado por las ventanas, para que se empezará a desocupar casas, a respirarse un fantasma que no es ausente -el miedo- en medio de muchos dormitorios urbanos, con el fin de que funcione que en las noches después de las 8 p.m, no saliera nadie a la calle y se dejara sin almas alegres las calles, las esquinas y los balcones a ciertas personas, los llamados mandos desalmados: los acusados de hacer de los barrios: cuarteles, campos de batalla y oficinas de “informantes” que se ven y huelen a temor, a manos oscuras, a un código militar exacerbado de mirar y no ver, oír y no escuchar, saber y quedarse en silencio.

El pueblo, los pobladores del barrio no tenemos derecho a perdonar a unos hombres que se apropian de los barrios a partir de las armas, mucho menos podemos quedarnos callados, pues es “mejor ser con miedo, que dejar de serlo”, no debemos perdonar ni olvidar a los que han matado a los inocentes, a los jóvenes, a lideres que sueñan y construyen una calle, un barrio, un mundo distinto. Hacemos esto porque la Red Juvenil es una organización de jóvenes que nació en la zona nor-occidental y nor-oriental de la ciudad para que esa tensa calma desaparezca, para que esa falsa paz, no quede impune, se haga algo, se tomen medidas y no siga pasando.

RED JUVENIL

1. Durante el primer semestre del 2009, la zona noroccidental de Medellín (comunas 5, 6 y 7) tuvo el segundo mayor número de homicidios, 218 muertes que representan el 25.7% del total, ocurridos en la ciudad. Informe Especial No 2. Personería de Medellín. Agosto 12 de 2009. http://www.personeriamedellin.gov.co/modules/saladeprensa/item.php?itemid=56


2. Durante este primer semestre el incremento de homicidios en la zona noroccidental es dramático: 150,6% respecto al primer semestre del año anterior. De esta zona, la comuna con mayor número de homicidios es la 6 con 84 homicidios, le sigue la 7 con 78 y la comuna 5 con 54 homicidios, superando a la zona nororiental que presentó un incremento del 124.1%. Informe Especial No 2. Personería de Medellín. Agosto 12 de 2009.

3. Los habitantes de la zona noroccidental padecen continuos hostigamientos y delimitación de fronteras territoriales, cuya trasgresión por cualquier joven o niño es castigada con la muerte. Muestra de ello es el asesinato del estudiante de 16 años el pasado 15 de julio en la sede de la Institución Educativa Centro Auxiliar de Servicios Docentes - CASD “José María Espinoza Prieto”, sitio donde se encuentra el límite o territorio frontera de enfrentamiento de estos grupos. Los habitantes del sector afirman que los grupos armados se han apropiado del territorio y que es principalmente la zona de la Institución Educativa CASD uno de los puntos más álgidos debido a que se encuentra en los límites entre los barrios Pedregal, La Esperanza, San Martín de Porres y Kennedy y el sector de la cancha Maracaná en el barrio Castilla de la Comuna 5. Informe Especial No 2. Personería de Medellín. Agosto 12 de 2009.

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